PITUITARIA, EROS, LAS TETAS Y LA POLÍTICA. EL DESCARNADO ESPEJO DE LO QUE SOMOS
Un hecho más, de los tantos para el bochorno de nuestra dirigencia política. Un diputado, en plena sesión, chupando las turgentes tetas de su exuberante nueva pareja. Un hecho bizarro, de una berretéz propia de nosotros mismos, tragicómico, si se tiene presente que, a su vez, por el mismo precio, desocultó no solo que el “Dipu” no tenía la más pálida idea de lo que se trataba en la sesión, la que no le interesaba en absoluto, sino que, su “gato” tenía un conchavito del congreso.
Pero
más lamentable es que a nosotros, como sociedad, no nos despierte más que una
curiosidad banal. No advierto que nos provoque indignación. Si fuera
indignación, miraríamos alrededor, para ver que el grueso de nuestra dirigencia,
que ni siquiera es de cuarta, hace lo mismo y no nos indignamos. Que
impresentables vemos todos los días, develándonos con realismo que en esencia es
lo que merecemos.
En
el fondo, somos cínicos, porque no queremos saber que el bochorno, el
surrealismo de los hechos de todos los días, pasa en nuestras narices y nos
hacemos los boludos. Políticos chorros,
sindicalistas millonarios, jubilados de privilegio, empresarios que pagan
sobornos, sin que nos indigne ese espectáculo ya vetusto y cotidiano.
Supimos
siempre que el turco Alberto Samid, el Rey de la carne, invocando una génesis peronista
para expiarse, evadió por décadas el pago de impuesto, y luego celebrábamos su
baile extravagante y grotesco en el bailando de Tinelli, absolviéndolo de todo
pecado.
Supimos
siempre que Allende, el sindicalista de UPCN, era millonario, que manejaba a su
antojo los resortes del Estado, que estando de los dos lados del mostrador y
como un cruzado de la justicia y los derechos, edificó una estructura
burocrática y corrupta que no deparó a los trabajadores beneficios tangibles.
Decía
Pio Laghi, aquel cardenal que medió en
el conflicto del Beagle, que nunca había conocido una sociedad más cínica que
la de los argentinos. Sabemos bien cuáles y qué cosas inverosímiles pasan en lo público todos los días, pero
hacemos como que no lo sabíamos, fingiendo asombro y reprobación.
Sabemos
que en su mayoría, salvo excepciones honrosas, nuestros impresentables dirigentes
son incapaces, muchos corruptos, pero nos hacemos los boludos para no
responsabilizarnos como ciudadanos.
Por
cierto, estas cosas pasan de hace mucho. Escribió Ortega y Gasset hace casi un
siglo, hablando de nosotros, los argentinos: “Cualquier individuo puede, sin demencia, aspirar a cualquier puesto,
porque la sociedad no se ha habituado a exigir competencia”. Más claro
imposible.
En
realidad, no nos calienta que el diputado Ameri no haya tenido idea de lo que
tenía que hacer, y cobre un suculento sueldo él y su “gato” para que nos brinden
un show porno.
Decía
Marco Denevi que los argentinos tenemos la mentalidad de los huéspedes de
hotel: un pasajero “nunca se mete con los otros”, “y si los administradores
roban, o administran mal, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros”.
En
nuestro caso, no nos interesa si nuestros funcionarios o diputados afanan, porque eso es cosa de otro, del
Estado, lo que solo reprobamos como un hecho trivial y ajeno, en rápida
catarsis, quedándonos en el lamento y pasando de inmediato a otra cosa.
En
nuestro caso, el de los federalenses, no escapa a estas modestas
disquisiciones. Me pregunto, ¿Nos animaríamos a exigir a nuestra senadora
que nos diga quienes son sus “idóneos asesores”, cuántos tiene, con qué
criterio los seleccionó, y qué haber perciben del erario público?
No
nos hemos indignado cuando supimos que las designaciones de los funcionarios locales, en algunos casos y
en fecha reciente, fueron motivados menos por exámenes de idoneidad que en preferencias
hormonales, prevaleciendo Eros, el
Dios el amor y el deseo de la Grecia
antigua, por varios cuerpos.
Como
ocurrió con el diputado Juan Ameri, tienen más incidencia los mandatos de la
pituitaria que un criterio de idoneidad para el acceso a los cargos públicos,
nombrándose sólo a quienes aseguran lealtades para la construcción de un
régimen prebendario y “mamarrachesco”, evidenciando
de paso las exacervadas e insaciables fauces de devorar todo cargo rentado en
el departamento.
Volviendo al punto, en el fondo, no nos indignamos porque no nos
calienta como sociedad, no terminamos
de hacernos responsable de lo que pasa. Sabemos
que en Federal hay funcionarios que cobran dos o tres sueldos, sin
contraprestación al Estado por esas funciones. Que, al parecer, no se encontró
otro idóneo para la coordinación de las Juntas de Gobierno. Que funcionarios
electos y en funciones siguen cobrando en simultaneo sus jubilaciones, extenuando
los recursos de la escuálida Caja. Que
hay ineptos secretarios del Intendente,
cuyo desempeño solo se explica en el compromiso y portación de apellido, que “le
deben a cada santo una vela” en comercios locales, y manejan y deciden sobre
los recursos del Estado. Que en algunas contrataciones hay quienes corren con
el caballo del comisario.
Alguien citaba días pasados a Mahatma Gandhi, que decía que “Nos hemos acostumbrado a ser personas tan
dependientes que tenemos que aprender a rebelarnos contra nosotros mismos. No
podemos rebelarnos contra Inglaterra si antes no nos rebelamos contra nosotros
mismos".
En nuestro caso, el de los federalenses, deberíamos
rebelarnos contra el paleolítico espectáculo de políticos que sólo piensan en
utilizar las vacancias en lo público para nombrar hijos, parejas, amantes,
cuidando de que nadie se queje y les “escupa
el asao”.
Tenemos que romper ese candado interior,
nuestras propias barreras y miedos, para decir lo que hay que decir y exigir lo
que hay que exigir.
De lo contrario, seguiremos viendo el show
de pornografía, los curros, los brutos en los cargos, los acomodos de “los amantes de”, los esperpentos
en la función, en una muestra descarnada
del espejo que nos devuelve, desnuda, nítida y fidedigna, la espectral imagen
de lo que somos.