CARTA ABIERTA DE GONZALO ANDRÉS GUTIÉRREZ -reproducción textual- 28/9/2020.

PITUITARIA, EROS, LAS TETAS Y LA POLÍTICA. EL DESCARNADO ESPEJO DE LO QUE SOMOS

Un hecho más, de los tantos para el bochorno de nuestra dirigencia política. Un diputado, en plena sesión, chupando las turgentes tetas de su exuberante nueva pareja. Un hecho bizarro, de una berretéz propia de nosotros mismos, tragicómico, si se tiene presente que, a su vez, por el mismo precio, desocultó no solo que el “Dipu” no tenía la más pálida idea de lo que se trataba en la sesión, la que no le interesaba en absoluto, sino que, su “gato” tenía un conchavito del congreso.

     Pero más lamentable es que a nosotros, como sociedad, no nos despierte más que una curiosidad banal. No advierto que nos provoque indignación. Si fuera indignación, miraríamos alrededor, para ver que el grueso de nuestra dirigencia, que ni siquiera es de cuarta, hace lo mismo y no nos indignamos. Que impresentables vemos todos los días, develándonos con realismo que en esencia es lo que merecemos.

     En el fondo, somos cínicos, porque no queremos saber que el bochorno, el surrealismo de los hechos de todos los días, pasa en nuestras narices y nos hacemos los boludos. Políticos chorros, sindicalistas millonarios, jubilados de privilegio, empresarios que pagan sobornos, sin que nos indigne ese espectáculo ya vetusto y cotidiano.

     Supimos siempre que el turco Alberto Samid, el Rey de la carne, invocando una génesis peronista para expiarse, evadió por décadas el pago de impuesto, y luego celebrábamos su baile extravagante y grotesco en el bailando de Tinelli, absolviéndolo de todo pecado.

     Supimos siempre que Allende, el sindicalista de UPCN, era millonario, que manejaba a su antojo los resortes del Estado, que estando de los dos lados del mostrador y como un cruzado de la justicia y los derechos, edificó una estructura burocrática y corrupta que no deparó a los trabajadores  beneficios tangibles.

     Decía Pio Laghi, aquel cardenal que medió en el conflicto del Beagle, que nunca había conocido una sociedad más cínica que la de los argentinos. Sabemos bien cuáles y qué cosas inverosímiles pasan en lo público todos los días, pero hacemos como que no lo sabíamos, fingiendo asombro y reprobación.

     Sabemos que en su mayoría, salvo excepciones honrosas, nuestros impresentables dirigentes son incapaces, muchos corruptos, pero nos hacemos los boludos para no responsabilizarnos como ciudadanos.

     Por cierto, estas cosas pasan de hace mucho. Escribió Ortega y Gasset hace casi un siglo, hablando de nosotros, los argentinos: “Cualquier individuo puede, sin demencia, aspirar a cualquier puesto, porque la sociedad no se ha habituado a exigir competencia”. Más claro imposible.

     En realidad, no nos calienta que el diputado Ameri no haya tenido idea de lo que tenía que hacer, y cobre un suculento sueldo él y su “gato” para que nos brinden un show porno.

     Decía Marco Denevi que los argentinos tenemos la mentalidad de los huéspedes de hotel: un pasajero “nunca se mete con los otros”, “y si los administradores roban, o administran mal, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros”.

     En nuestro caso, no nos interesa si nuestros funcionarios o diputados afanan, porque eso es cosa de otro, del Estado, lo que solo reprobamos como un hecho trivial y ajeno, en rápida catarsis, quedándonos en el lamento y pasando de inmediato a otra cosa.

     En nuestro caso, el de los federalenses, no escapa a estas modestas disquisiciones. Me pregunto, ¿Nos animaríamos a exigir a nuestra senadora que nos diga quienes son sus “idóneos asesores”, cuántos tiene, con qué criterio los seleccionó, y qué haber perciben del erario público?

     No nos hemos indignado cuando supimos que las designaciones de  los funcionarios locales, en algunos casos y en fecha reciente, fueron motivados menos por exámenes de idoneidad que en preferencias hormonales, prevaleciendo Eros, el Dios el amor y el deseo de la Grecia antigua, por varios cuerpos.

     Como ocurrió con el diputado Juan Ameri, tienen más incidencia los mandatos de la pituitaria que un criterio de idoneidad para el acceso a los cargos públicos, nombrándose sólo a quienes aseguran lealtades para la construcción de un régimen prebendario y “mamarrachesco”, evidenciando de paso las exacervadas e insaciables fauces de devorar todo cargo rentado en el departamento.

     Volviendo al punto, en el fondo, no nos indignamos porque no nos calienta como sociedad, no terminamos de hacernos responsable de lo que pasa. Sabemos que en Federal hay funcionarios que cobran dos o tres sueldos, sin contraprestación al Estado por esas funciones. Que, al parecer, no se encontró otro idóneo para la coordinación de las Juntas de Gobierno. Que funcionarios electos y en funciones siguen cobrando en simultaneo sus jubilaciones, extenuando los recursos de la escuálida Caja. Que hay ineptos secretarios  del Intendente, cuyo desempeño solo se explica en el compromiso y portación de apellido, que “le deben a cada santo una vela” en comercios locales, y manejan y deciden sobre los recursos del Estado. Que en algunas contrataciones hay quienes corren con el caballo del comisario.   

     Alguien citaba días pasados a Mahatma Gandhi, que decía que “Nos hemos acostumbrado a ser personas tan dependientes que tenemos que aprender a rebelarnos contra nosotros mismos. No podemos rebelarnos contra Inglaterra si antes no nos rebelamos contra nosotros mismos".

     En nuestro caso, el de los federalenses, deberíamos rebelarnos contra el paleolítico espectáculo de políticos que sólo piensan en utilizar las vacancias en lo público para nombrar hijos, parejas, amantes, cuidando de que nadie se queje y les “escupa el asao”.

     Tenemos que romper ese candado interior, nuestras propias barreras y miedos, para decir lo que hay que decir y exigir lo que hay que exigir.

     De lo contrario, seguiremos viendo el show de pornografía, los curros, los brutos en los cargos, los acomodos de “los amantes de”, los esperpentos en la función, en una muestra descarnada del espejo que nos devuelve, desnuda, nítida y fidedigna, la espectral imagen de lo que somos.